lunes, 10 de septiembre de 2007

AMOR QUE TRASCIENDE

Ese golpe cegador que aparece cuando la expectativa no es cumplida por el otro, cuando el ser en cuestión se guía bajo otras reglas y en nuestro entender nos está cambiando el tablero del juego… Las cosas parecen salirse de control, los referentes del que nos encontramos asidos desaparecen y las formas de movernos seguramente dejan de existir… Miedo, pánico y sobre todo una gran incapacidad fugaz de adaptarnos al cambio, va fluyendo por la sangre, derramándose cual leche hervida. En un brevísimo instante, esta sacudida nos deja ciegos, y sólo atinamos ciegamente a dar manotazos con tal de recuperar el control que entendemos como seguridad.
El cambio es la constante del caos con el que se constituye la vida, es inevitable. Así como las diferencias con las que los otros comprenden el mundo y convivimos diariamente.
Entonces, por qué caigo tras el knock out de tus respuestas, de tus modos, de tus distancias; por qué me limito a vivir “feliz” si es bajo mi modo y a “sufrir” sino es así. Por qué no se me ocurre que las sorpresas son la posibilidad de “probar” algo diferente, por qué no lo puedo manejar bajo la modalidad “sencillo sin complicaciones” y decir: ok, antes era así, ahora es de este modo, veamos de qué se trata… Pero da tanto miedo, porque el cambio implica que presencias vayan y vengan, que las compañías cambien, que el ambiente se torne confuso, simplemente porque ya no es como era, lo cual no significa que sea agresivo, pero tal parece que por instantes así lo percibo.
Tememos que los sentimientos de los otros hacia nosotros cambien, cuando irónicamente nuestros sentimientos hacia esos otros también cambiarán. Tememos no poder soportarlo, tememos tener que afrontarlo porque creemos que implicará dejar de sentir lo antes experimentado… Y si tan sólo pudiera comprender más allá y asimilar que el sentimiento trasciende reglas del juego y tableros, que los clichés del amor se convierten en realidad, sólo cuando nos damos cuenta que es la espesa y negra sangre que cae sobre nuestros ojos tras el golpe, es la que nos hace creer que no hay opciones de felicidad. Estoy tan concentrada, atendiendo la herida, que me siento agotada y destruida… Si en realidad existe un daño, no es el que creemos que nos ha ocasionado el otro, en realidad, es el que encuentro al abrir la puerta de “ya no te puedo amar porque no me dejas, ya que has decidido hacer lo que yo no quería que hicieras”… Vaya particular modo de amar, tan restrictivo, tan controlador, tan pobre, tan limitante… ¿Será posible realmente dar, amar, aunque no sea como nosotros queremos?... ¿Qué hay de la reciprocidad?... ¿Qué tal si probamos y te doy a ti amigo, a ti papá, a ti mamá, a ti ex, lo que tengo para ti aunque no sea como imagino que debe de ser, aunque no estés aquí conmigo como lo imaginé?. Si tengo el sentimiento por qué no dártelo, aún en la distancia, aún con tus humores… Es claro que nunca lograré que sea a mi manera, no podré dominarte, ¿en qué momento se me ocurrió que podría hacerlo????... Lo único que puedo hacer, es cuidarme, no hacerme daño y decidir dejar de sufrir, con la misma practicidad con que se decide hacer ejercicio. Habrá días que seguramente caeré, como cuando rompes la dieta, y bastará con retomar, una y otra vez, las veces que sean necesarias...

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