Entre messenger, links, ensayos y alguien que me compartió parte de su tarde, voy retomando fragmentos de Octavio Paz:
Entre la noche y el día hay un territorio indeciso. No es luz ni sombra: es tiempo.
Yo escribo: hablo conmigo, intentando hablar contigo. Quisiera hablarte.
Me quedan estas palabras: con ellas te hablo.
Yo te hablo: tú no me oyes. No hablo contigo y al hablarte, me vuelvo un murmullo, aire y palabras, un soplo, un fantasma que nace de estas letras.
Tal vez amar es aprender a caminar por este mundo.
Aprender a quedarnos quietos.
Aprender a mirar.
Si el amor comienza con el cuerpo, si el deseo lo inventa, ¿cuándo termina?.
El amor comienza con una atracción física. La costumbre lo mata. Un nudo, vida y muerte: una fiebre, una dolencia, un combate, un frenesí, un estupor, una quimera.
Amar implica arriesgarse, atreverse a vivir, lanzarse a la vida y con ella echarse a los brazos tibios de la muerte también.
Amar: hacer de un alma un cuerpo,
hacer de un cuerpo un alma,
hacer un tú de una presencia.
Amar es perderse en el tiempo,
ser espejo entre espejos.
Es idolatría: endiosar una criatura
y a lo que es temporal llamar eterno.
Todas las formas de carne
son hijas del tiempo,
simulacros.
El tiempo es el mal,
el instante es la caída;
amar es despeñarse:
caer interminablemente,
nuestra pareja
es nuestro abismo.
El instante es “nuestra ración de paraíso”. Amar es entonces, ignorar la sucesión del tiempo cronológico y habitar el tiempo mítico donde el ritmo es circular; como bien lo dijo Kundera: "percibimos la felicidad como la repetición del tiempo". De la misma manera que lo es para la naturaleza, todo es cíclico: amanece y anocheche, vuelve a amanecer y otra vez anochece, de la semilla a la flor y de ella a la semilla, todo se repite incanzablemente; sólo nosotros concebimos el tiempo lineal, queriendo avanzar, ¿hacia dónde?, cuando lo que nos hizo felices está en el ayer.
El tiempo del amor es mítico y no sucesivo; la intensidad de su vivencia posibilita marcar un paréntesis en el tiempo. Amar es desafiar la eternidad. El amor se enfrenta a todo lo establecido, es transgresión al anhelar el instante como una ventana a la eternidad, a pesar de estar sujetos a nuestra identidad mortal, al tiempo, somos capaces de percibir la maravilla platónica de volver a la unidad, de anular la escisión, la separación a la que estábamos condenados: la soledad. La respiramos por cada poro en esos infinitos reflectores de instantáneos simulacros que van construyendo el significado de nuestra vida.
Amar en fuga, porque todo lo que amamos se muere o se va.
La tarde se ha ido a pique, lámparas y reflectores perforan la noche. Yo escribo: hablo contigo: hablo conmigo. Abro la puerta condenada a los recuerdos y los fantasmas del inconsciente.
domingo, 12 de agosto de 2007
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